lunes, 13 de junio de 2011

El autobús de media noche


Llegó a la solitaria parada de autobuses y miró su reloj con poca convicción. Casi era media noche y había pocas probabilidades de que pasara ya algún autobús.
Trató de recordar horarios y recorridos para determinar si era posible que pasase el último coche de alguna línea de las que llegaban hasta su barrio porque de no ser así le esperaba una caminata de casi una hora.
¡Mierda!, si tan solo hubiese llegado un cuarto de hora antes – chasqueó la lengua y volvió a mirar la avenida con la esperanza de ver aparecer a lo lejos las luces gemelas  que lo llevarían a casa. La calle seguía desierta salvo por el paso ocasional de algún coche. Una densa niebla comenzó a levantarse con increíble rapidez y notó la humedad adherida a su piel y su ropa.

Buscó a tientas en el interior de su bolsillo con la esperanza de dar con el tacto áspero y rugoso de algún billete pero sus dedos sólo encontraron un par de monedas.
No creo que con dos euros pueda llegar muy lejos en taxi -  se dijo resignado y con un suspiró comenzó a andar. A su espalda y rompiendo el silencio nocturno atronó un viejo motor de gasolina.

Se giró como un resorte y miró fijamente al vehículo que comenzaba a aminorar su marcha para detenerse en la parada. Sí, no cabía duda de que se trataba de un autobús. El patrón verde y blanco de la pintura, el parpadeante luminoso de color azul y los inmensos ventanales así lo confirmaban pero juraría que la última vez que vio un modelo tan viejo y desvencijado fue de niño, y ya entonces eran muy escasos.

¡Qué raro, tiene las luces interiores apagadas! - Dijo al tiempo que observaba aquellos enormes cristales que no dejaban ver nada salvo oscuridad. La puerta se abrió ante él con un aparatoso chirrido y dejó al descubierto unos escalones altísimos. El muchacho se encogió de hombros y comenzó a subir trabajosamente.

Murmuró un débil “buenas noches” con la mirada perdida y puso los dos euros encima del mostrador metálico del conductor quien con gesto mecánico abrió el portamonedas y le tendió un ajado resguardo junto con varias monedas enmohecidas y de tamaño dispar.

Oiga, ¿creo que se ha equivocado con el cambio. Estas monedas…- se interrumpió a media frase cuando alzó la vista. – ¿Si? ¿Ocurre algo?- Respondió el conductor luciendo una radiante sonrisa en la que se veían dos enormes colmillos. Su rostro presentaba una palidez cadavérica y vestía de rigurosa etiqueta. Sus ojos, rojos como brasas parecían taladrar al enmudecido chico.

¡No!, nada…yo… – dijo el joven cogiendo el arrugado papel y las monedas al tiempo que comenzaba a andar hacia atrás por el estrecho pasillo del autobús sin dejar de mirar aquellos carbones encendidos. – Entre por propia voluntad, sin temor, y deje parte de la felicidad que trae consigo.- La voz del conductor, cargada de sorna, le llegaba lejana y amortiguada, como en un sueño.

Se topó con algo duro y sólido como un muro de hormigón y se giró con una disculpa en los labios. Un gigantón lo miraba desde sus más de dos metros de altura.
Retales…su cara está hecha de retales- se dijo el chico mientras que miraba hacia arriba aquel rostro surcado de cicatrices y costurones. Daba la sensación de que fuera un ser construido a partir de trozos de otros cuerpos.
La criatura sonrió conciliadora haciendo que se tensasen todos los puntos de sutura de sus mejillas y el chico pasó a su lado con los ojos desencajados. Por el rabillo del ojo advirtió a un tipo con orejas puntiagudas y un severo problema de hirsutismo que se rascaba con frenesí. ¡Malditas pulgas! ¡Me tienen frito!- le oyó decir al gigante de las cicatrices. Éste asintió comprensivo al tiempo que los tornillos de su cuello chirriaban.

Conteniendo la respiración el muchacho caminó hasta la zona de asientos por un estrecho pasillo. Era consciente de que había sentados numerosos viajeros pero no se atrevió a levantar la mirada. Finalmente encontró una fila vacía y se aovilló en el asiento más cercano a la ventana. Fuera comenzaba a llover copiosamente y la oscuridad de la noche era rasgada por multitud de relámpagos.

Como si de una bestia que despertase de su letargo se tratase, el viejo autobús tosió, tembló violentamente y reanudó su camino. Fue entonces cuando el chico se permitió ojear a sus compañeros de viaje. Delante suya, dos arrugadas ancianas con ajados sombreros y sendas escobas hacían del hecho de despotricar un verdadero arte. –como te decía, el ojo de tritón está por las nubes- decía la vieja que estaba más próxima a la ventana. Su compañera asentía al tiempo que hablaba con voz cascada y furiosa. – ¿y el aliento de dragón?, ¿eh? ¡Slurg, ese maldito duende de la tienda me va a oír!

Ambas se giraron hacia una joven vestida de blanco que estaba sentada un poco más adelante y comenzaron a recriminarla.- ¿tú no tendrías que estar en alguna solitaria curva haciendo autostop? Esta juventud no tiene respeto ni responsabilidad ¡mírala, ahí de fiesta, desatendiendo su trabajo!– Las viejas encadenaban una puya tras otra. – ¡señoras, váyanse a la mierda las dos y déjenme tranquila! ¿¡No les da vergüenza ocupar dos asientos pudiendo ir en escoba!? Respondió la chica visiblemente malhumorada.
-ay! Jovencita, como se nota que no estás en el mundo. Si supieras la de energía Teúrgica que gasta esto. ¡Qué! ¿Me la vas a pagar tú?- dijo una de las viejas dándole unas cariñosas palmaditas a su escoba.

El chico, oscilando entre el terror y el estupor se sobresaltó al ver a su lado a una niña cuyo negro y largo pelo le cubría la cara. Vestía un camisón manchado y empapado de agua y con dedos descarnados le ofreció una cinta de VHS sin ninguna etiqueta. El joven tomó la cinta con manos temblorosas. – yo que tú no vería esa cinta- dijo una voz a su espalda. Se giró despacio para ver al propietario de esa voz cavernosa. – ¿p-por qué?¿m-moriré en una semana? -Tartamudeó. En el asiento detrás del suyo estaba sentado un tipo enorme cuya cara cubría con una máscara de hockey. –¡no, que va! Es que es una actriz lamentable- dijo a la vez que señalaba la cinta. –Eso es un cortometraje que ha grabado con unos amigos suyos de Japón y sinceramente, da vergüenza ajena. Llámame antiguo pero es que yo, esto del arte moderno no lo entiendo. Gente contorsionándose en el suelo y tal…no sé, no lo veo. A mí me gustan más las historias con su inicio, nudo y desenlace. Eso sí, un desenlace donde al final, los adolescentes del camping mueran acuchillados, claro!-

-claro, claro, por supuesto- dijo el chico con calma mientras que rozaba el paroxismo del terror. –veré la cinta en casa, de verdad.- dijo a la muchacha mientras que esta volvía a su asiento musitando algo relacionado con los “duendes de la salmuera”.

Casi sin darse cuenta había llegado a su parada así que el joven se levantó con cautela y se dirigió a la zona de salida. El autobús aminoró su marcha y finalmente la puerta se abrió con su característico chirrido. Bajó con una mal disimulada prisa y una vez en el suelo comenzó a correr con todas sus fuerzas. El autobús se puso nuevamente en movimiento y se perdió entre la niebla al tiempo que una risa teatral de villano (algo así como MUAHAHAHAHA) cortaba la quietud nocturna. Llevaba recorridos escasos metros cuando cesó de correr, recuperó el resuello y miró hacia donde había estado el autobús. Se encogió de hombros y comenzó a caminar plácidamente. – bueno, pensándolo fríamente…tampoco hay tanta diferencia con un autobús normal, ¿no?- dijo al tiempo que esbozaba una sonrisa.

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