jueves, 30 de junio de 2011

Profecías


El castillo estaba sumido en el más absoluto silencio y sus habitantes dormían a la hora del buey. Sólo los samuráis de guardia se mantenían alerta, recorriendo con aire marcial los jardines y escudriñando las profundas sombras cercanas a los posibles puntos de entrada.

Hayako se encontraba agazapada junto al tronco de un viejo pino desde donde podía observar a los centinelas sin delatar su posición. Por enésima vez palpó sus ropas e hizo un concienzudo inventario de herramientas y armas. Siempre le había irritado aquella pueril diferenciación pues, para alguien versado en el ninjutsu, una espada podía ser un eficaz estribo para trepar y una inofensiva cuerda se podía esgrimir como un arma letal.

La chica alzó sus ojos hacia el cielo y frunció el ceño. Sus conocimientos de “tenmon” le indicaban que pronto el viento soplaría con fuerza y arrastraría los espesos nubarrones que cubrían la luna llena. La pálida luz acentuaría las sombras donde podría ocultarse pero también la convertiría en un objetivo más visible en espacios abiertos. Aun tenía que cubrir una enorme distancia a través del expuesto jardín antes de llegar a la pared oeste del castillo. Definitivamente no era buena idea hacer ese tramo bajo la luz de la luna. Debía apresurarse.

Avanzaba rápidamente sin despegar los pies del suelo, cruzando y descruzando las piernas de forma lateral en un paso conocido como “yoko-aruki”. De esta forma su cuerpo estaba menos expuesto y no hacía crujir las hojas que alfombraban el suelo.

Se encontró finalmente ante la pared de adobe y piedra y se dispuso a trepar. Con gesto decidido introdujo la vaina de su espada en una de las múltiples grietas, comprobó su firmeza y se encaramó de pie sobre el improvisado escalón. Sus diestras manos se aferraron a un asidero, tomó impulso y ganó un metro más. Llevaba atada a la pierna una fina tira de cuerda cuyo otro extremo estaba sujeto a la vaina. Qué útil era el “sageo” en esos casos. Dio un suave tirón y recuperó la espada para repetir el proceso.

Se disponía a continuar su ascenso cuando divisó a un samurai dirigiéndose a su posición. Aún no estaba lo suficientemente arriba y su figura destacaba demasiado contra las piedras claras así que el guerrero la descubriría con toda seguridad. ¡No!, no podía fallar. El daimyo debía morir esa noche. Era la misión que el “jonin”, el jefe de su clan, le había encomendado. Introdujo con premura una mano entre los pliegues de su kimono y sacó un pequeño objeto circular.

La incipiente luz de la luna arrancó destellos de la moneda de un “zeni” cuando la ninja la sostuvo en alto. Con gesto decidido la arrojó a unos arbustos lejanos haciendo crujir las hojas lo que causó que el samurai se pusiera en guardia y se aproximase con cautela hacia el lugar de donde provenía aquel sospechoso sonido. Era la oportunidad que la joven necesitaba. Con redoblada energía retomó su escalada y al cabo de pocos minutos se encontraba, merced de una ventana abierta, en los aposentos del gran señor del castillo.

Confiaba en encontrarlo dormido e indefenso, quizá habría pasado las horas previas empapándose en sake o perdido entre el humo del opio. Los grandes señores eran propensos a todo tipo de vicios. Aquellas debilidades lo harían todo más fácil. Sin embargo encontró al joven señor cómodamente sentado en el suelo. Ante él había dos tazas de té y una frugal cena con servicio para dos personas. Hinomura no Kami Kenji, soberano del dominio de Yamamuro la estaba esperando.

– acércate, por favor. Hace frío fuera y el té está caliente. Te reconfortará- Kenji hablaba con una suave cadencia y su voz, aunque grave, tenía notas aterciopeladas. Su kimono interior, ricamente estampado con motivos florales apenas ocultaba los fibrosos contornos de su cuerpo, fruto de un riguroso entrenamiento. – Por un momento pensé que no vendrías y que la profecía no se cumpliría- dijo esbozando una sonrisa.

Dicha profecía era conocida por todos, nobles y campesinos, en los dominios del Daimyo. El joven señor encontraría el amor en aquella que intentase matarlo. Su asesina se convertiría en su esposa. La ninja abrió los ojos con sorpresa al darse cuenta de la coincidencia. Ella tampoco era ajena a aquellos cuentos supersticiosos. La habitación olía a sándalo y a flores frescas y él hablaba despacio, seguro de sí mismo, mirándola fijamente. ¡Qué tonta había sido! ¡Había caído en una trampa! Aquel demonio de bello rostro la había hechizado con algún tipo de magia infernal, nublando su mente. Ahora su determinación flaqueaba y un insoportable calor se extendía desde su vientre por todo su cuerpo.  

Con la respiración entrecortada desenvainó el ninjato y con manos temblorosas apuntó a los ojos de él. –esta noche morirás, Hinomura Kenji- dijo con poca convicción. – si ese es tu deseo, así será. –dijo Kenji al tiempo que se incorporaba. – si tu deseo es que viva, así será. Si tu deseo es compartir tus días conmigo, así será – la sonrisa no había abandonado sus labios. La chica comenzó a retroceder poco a poco. –no, yo, tengo, no…puedo…no…puede ser – La joven tartamudeaba abrumada por la situación y por una repentina revelación. La profecía del joven señor no era la única que conocía. Existía otra premonición, menos popular, que hablaba sobre la familia ninja de Hayako. Alguien de su linaje traicionaría al clan por amor. ¡No! Ella no sería quien traería la vergüenza a su casa. Si no podía cumplir su misión, si no podía matar a ese apuesto samurai que la miraba con dulzura y anhelo, entonces acabaría con su propia vida.

Cayó de rodillas y se llevó la punta de la espada a la garganta, preparada para segar su vida con un simple gesto. El ninjato salió despedido cuando Kenji la desarmó. Ahora estaban cerca, tan cerca que sus rostros se tocaban. Respiraban de forma agitada sin dejar de mirarse…y se besaron, cumpliendo así ambas profecías…y asesino y víctima se convirtieron en uno sólo.

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