miércoles, 22 de junio de 2011

Vidas ocultas


Se dirigía con cansado caminar hacia el paso de peatones. Ante él, media docena de personas somnolientas esperaban a que se cerrase el semáforo para poder cruzar. Reprimió un bostezo y miró fugazmente el reloj. Las manecillas marcaban las ocho menos cinco de la mañana.

Mierda de lunes – dijo entre dientes. Se disponía a cruzar cuando escuchó una voz familiar a su espalda. – Buenos días – dijo ella con aquellos bellos ojos color avellana ligeramente entornados por la falta de sueño. Él correspondió al saludo con una sonrisa y comenzaron a andar juntos en dirección a la oficina.

-¿Que tal ha ido tu fin de semana?- preguntó él casi de forma mecánica. –bueno, bien. Ha estado muy tranquilo. Me dediqué a descansar.- dijo ella con desgana. Nadie habría advertido un solo matiz de falsedad en aquella serena voz. Nadie habría reparado en la enorme fachada que creaban sus palabras ocultando una verdad sorprendente, increíble y extraordinaria.

Era una hechicera, probablemente la más dotada de su generación y el fin de semana “tranquilo” del que hablaba lo había invertido en un viaje relámpago al condado de Wiltshire, en Inglaterra…el lugar donde se encuentra “Stonehenge”. Los ancianos de la Orden hablaron de una brecha dimensional ocasionada por el influjo sobrenatural del conjunto megalítico que podía dar lugar a que “algo” viniese a nuestro mundo desde el otro lado.

No estuvo sola en esa misión pues varios miembros de la “Lucis Caelis” se unieron a ella en Madrid antes de volar hacia Reino Unido. Se trataba de dos agentes de apoyo y una chica perteneciente a esa clase de eficaces soldados conocidos, en el argot de la Orden, como “Gladius”.

Su llegada a Stonehenge fue muy apurada. Apenas los cuatro agentes desplegaron su equipo la atmósfera comenzó a cargarse de electricidad y el espacio entre las antiquísimas piedras empezó a combarse. Algo muy grande estaba intentando cruzar.

Los casquillos tintineaban en el suelo mientras las armas automáticas tableteaban sin descanso. – ¡Vamos, vamos! ¡Maldita sea, no dejéis que pase! – gritaba la Gladius con la voz ronca por el esfuerzo. – ¡Apuntad a su corazón!- voceaba con la misma ferocidad que disparaba. – ¿su corazón? ¿Dónde coño está su corazón? ¡Sólo veo sangre y visceras!- Preguntó uno de los agentes de apoyo sin dejar de disparar. – ¡Esa masa de entrañas en mitad del pecho!- dijo la Gladius al tiempo que, con gesto experto sacaba el cargador vacío e introducía uno nuevo. Mientras montaba el arma se volvió hacia la hechicera quien, varios pasos más atrás, murmuraba extrañas palabras y realizaba una compleja danza en el aire con sus manos.

-“Anima”, si no te das prisa con ese puto sello el Devorador de Almas nos va a joder pero bien. – La chica soldado gritaba e maldecía poseída por una rabia combativa incontrolable. La hechicera o Anima, como se les llamaba en la Orden a aquellos que se servían de la energía mística, era el contrapunto a la Gladius. Su semblante era tranquilo y sus movimientos elegantes y suaves. Sólo los largos bucles de su cabello castaño se agitaban con violencia por las corrientes mágicas que comenzaban a surgir de sus manos. La criatura casi había cruzado el portal llenando el lugar de un terrible hedor. De sus fauces descarnadas surgió un rugido que no era de este mundo y entonces la luz, inmaculada y cegadora, lo envolvió todo.

-¡Bueno, no está mal hacer cura de sueño vez en cuando, claro! – dijo el muchacho sin dejar de sonreír. Ella lo observaba casi ausente, jugueteando con un rizo rebelde de su pelo. – ¿y tú? ¿Has hecho algo interesante durante este fin de semana? – preguntó más por educación que por interés. Los sucesos de la jornada anterior aun ocupaban sus pensamientos.

-¿Yo, ¡que va! Me dediqué a leer varios libros que tenía atrasados – dijo el muchacho sin perder la sonrisa. Él tampoco fue honesto. Aunque le dolía el pecho al respirar se consideraba afortunado. La buena fortuna, unos reflejos casi inhumanos y su adiestramiento como Shinobi habían impedido que aquel maldito “aracnomorfo” le dejase sin cabeza. Pero esa historia no podía compartirla con ella. De hecho nadie ajeno a la “Lucis Caelis” debía saber que pertenecía a una Orden ancestral dedicada desde sus orígenes a combatir el mal.

Tal era el secretismo entre los miembros de la Orden que no era de extrañar que algunos agentes se relacionasen sin saber quienes eran en realidad. Así pues, los dos jóvenes, tan cercanos y a la vez tan lejanos llegaron a la oficina, listos para representar un papel hasta que el destino los volviese a llamar a filas.  

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