miércoles, 23 de noviembre de 2011

Primer contacto (IV)

IV Primer contacto

La criatura apareció en mitad del camino, sentada sobre los cuartos traseros con cierto aire de  desidia, como si estuviese aburrida de llevar todo el día esperándoles.

En un principio pensaron que era un coyote, o un perro con sarna: flaco y con la piel cubierta de costras y retales de pelo. Sin embargo, el intenso brillo fosforescente de sus ojos, exageradamente grandes y de un macilento color amarillo, era como un faro en la creciente oscuridad.

Resultaba... antinatural.

Cuando se acercaron un poco más, pudieron comprobar que no sólo el color de los ojos era extraño, sino también el número: al menos una docena de globos oculares más pequeños salpicaban caprichosamente la parte superior de su cabeza, girando enloquecidos en todas direcciones, mientras los enormes pozos amarillos seguían fijos en la columna de jinetes que avanzaba hacia él.

Justo cuando el teniente levantaba el rifle para disparar sobre la criatura, ésta apuntó el hocico a las estrellas y abrió la boca... no, abrir no era la palabra adecuada...desencajó la mandíbula de tal manera que la parte inferior pareció tocar el polvoriento camino... y aulló.

Un sonido enervante, agudo y primitivo escapó de entre sus fauces, desencadenando el caos.

Los hombres se taparon los oídos, soltando las riendas. Los caballos se encabritaron, lanzando a muchos de ellos al suelo. Algunos, los más afortunados, murieron con el cuello roto en aquellos primeros segundos...

El resto, en un abrir y cerrar de ojos estaban rodeados por decenas de pequeñas figuras humanoides, negras como la pez, que desgarraban, cortaban, arrancaban, despedazaban... todo en un absoluto y aterrador silencio. Una quietud sobrenatural envolvía a los pequeños carniceros mientras realizaban su trabajo con precisión de cirujano.

Si no fuera por los desesperados gritos de los hombres y los relinchos de terror de los caballos, hubiera sido como estar viendo la proyección de una linterna mágica.

Algunos tuvieron tiempo de sacar las armas y disparar, pero parecía que las balas no podían detener a los atacantes: atravesaban sus extraños y retorcidos cuerpecillos sin dejar ni una sola señal.

Lo último que recordaba era el relincho aterrorizado de su caballo mientras una de las criaturas lo abría en canal, y cómo éste caía, arrastrándolo bajo él.

Eso, y la sangre.

Había tanta sangre...

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