martes, 15 de noviembre de 2011

Primer contacto (III)

III: Collage


Cuando llegaron, no tenían ni idea de qué demonios había ocurrido en el pueblo.

Sólo los cadáveres les dieron la bienvenida, diseminados a lo largo del camino: hombres, mujeres, niños y animales mezclados en un macabro collage que salpicaba el paisaje aquí y allá.

Algunos hombres lloraron. Otros perdieron el control de los esfínteres. Nadie fue capaz de articular palabra.

Una vez en el pueblo, y con los ánimos algo más calmados, el teniente Summers los dividió en parejas y los mandó a inspeccionar las casas.

Entre un sinfín de macabros hallazgos, fueron incapaces de localizar a ningún superviviente.

Hasta los propios edificios parecían mutilados, ultrajados.

Sólo uno parecía haber escapado a la furia homicida de lo que fuese que había arrasado el pueblo: la Iglesia se mantenía incólume en mitad de la plaza del pueblo, con sus puertas dobles abiertas de par en par en un grito de mudo horror ante las atrocidades de las que había sido testigo.

Después llegó la niebla.

Cuando empezó a caer la tarde, una espesa bruma que pareció surgir de la nada empezó a reptar entre las calles del pueblo, llenándolo todo con un sutil pero desagradable aroma a azufre.
Cansados, asqueados y con los nervios a flor de piel emprendieron el camino de vuelta, dejando atrás Santa Catalina envuelta en su maloliente sudario.

Ni un sólo sonido fue capaz de romper el silencio que flotaba sobre la columna  hundiéndolos en las sillas, tan denso y pesado como la niebla que dejaban atrás.

Hasta que oyeron el aullido, claro.

Y entonces se desencadenó el infierno.

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