Puso el CD en el reproductor y “El Cisne” del Carnaval de los animales comenzó a sonar. Benditas placas solares pensó, que bien hicimos en instalarlas.
Cogió a su bebe en brazos, se sentó en la mecedora, y así balanceándose al son de la música, le dio su biberón de las 11.
Después de sacarle los gases siguió en la mecedora mientras él se dormía, entre sus brazos.
- Siempre te amare, siempre te protegeré, perdóname.
Sus latidos se fueron haciendo cada vez más lentos y por fin el cóctel de pastillas que había mezclado con el biberón hicieron efecto y su bebe entró en el sueño eterno.
Besó su aun cálida cabecita y lo depositó con sumo cuidado en el pequeño arcón, junto a él sus juguetes favoritos, su mantita, su chupete.
Salió a su cuidado jardín e ignoró el ruido monótono de la verja. Metió el arcón con los restos de su amado hijo en el hoyo que previamente había cavado. Puso toda la tierra sobre el y coloco piedras para que los animales no pudieran escarbar.
Dirigió sus pasos de regreso a su casa. Una vez en el salón recogió la pistola de su marido, cuya sangre aun manchaba la culata.
Lenta y tranquilamente se dirigió hacia la puerta y la abrió. Su mirada se cruzó con lo que quedaba de su vecina, que insistentemente golpeaba la verja de su garaje.
- ¡Iros todos a la mierda!. Grito mientras apretaba el gatillo.
Un rugido atravesó la calle y los miles de No Muertos que se encontraban en ella, se giraron
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